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Profesor de la NYU pide el fin de la “niñez enfocada en el teléfono”
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By: Digital Safety Alliance
March 26th, 2024



Un profesor de la Universidad de Nueva York (New York University) dice que la “nueva infancia enfocada en el teléfono” de nuestra sociedad está enfermando a los jóvenes y bloqueando su progreso para ser adultos exitosos. Dice que “necesitamos una drástica corrección cultural, y la necesitamos ahora”.
 
En un artículo publicado en The Atlantic adaptado de su nuevo libro, La generación ansiosa: Por qué las redes sociales están causando una epidemia de enfermedades mentales entre nuestros jóvenes, el profesor de la NYU, Jonathan Haidt, señala que el aumento de las tasas de soledad, falta de amigos, ansiedad, depresión y suicidio en adolescentes desde principios de la década de 2010, así como la disminución coincidente en las calificaciones en matemáticas, lectura y ciencia entre los adolescentes, pueden estar relacionados con un desplazamiento paralelo cuando los adolescentes cambiaron sus celulares con tapa por teléfonos inteligentes y transfirieron una mayor parte de sus vidas sociales a la conexión en línea, y particularmente a las plataformas de redes sociales diseñadas para la viralidad y la adicción.
 
“Una vez que los jóvenes comenzaron a llevar toda la Internet en sus bolsillos, a su disposición día y noche, sus experiencias diarias y sus vías de desarrollo en general se vieron alteradas”, escribe Haidt. “La amistad, las citas, la sexualidad, el ejercicio, el sueño, los aspectos académicos, la política, la dinámica familiar, la identidad: todo se vio afectado. La vida también cambió rápidamente para los niños más pequeños, ya que comenzaron a tener acceso a los teléfonos inteligentes de sus padres y, más tarde, recibieron sus propios iPads, computadoras portátiles e incluso teléfonos inteligentes en la escuela primaria”.
 
Si bien muchos miembros de la generación Z están prosperando, Haidt dice que dicha generación tiene problemas de salud mental y está quedando rezagada con respecto a las generaciones anteriores en muchas métricas importantes. Tienen menos citas, muestran menos interés en tener niños y son más propensos a vivir con sus padres. Tienen menos probabilidades de trabajar durante la adolescencia, y sus gerentes actuales dicen que es más difícil trabajar con ellos. También son más tímidos y reacios al riesgo que las generaciones anteriores, y esa aversión al riesgo quizás los haga menos ambiciosos.
 
¿Cómo llegamos aquí?
 
Haidt señala acertadamente que si una generación está más ansiosa, deprimida y forma familias, comienza carreras e incluso crea empresas a una tasa sustancialmente menor que las generaciones anteriores, entonces toda la sociedad enfrentará profundas consecuencias sociológicas y económicas. Si bien indica que muchas de estas tendencias comenzaron con generaciones anteriores, hay algunas razones por las que la mayoría se han acelerado con la generación Z:

 

  • A partir de finales de las décadas del 70 y el 80, cuando los padres temían cada vez más que sus hijos resultaran lesionados o secuestrados si no los supervisaban, cada vez menos niños jugaban juntos al aire libre, por lo que perdían oportunidades de tomar sus propias decisiones, asumir riesgos, resolver sus propios conflictos y cuidarse unos a otros. En última instancia, este cambio hizo que les resultara difícil dominar la dinámica social de los grupos pequeños, así como dominar desafíos más importantes y grupos más grandes en el futuro.
 
  • La llegada del iPhone (2007) y el iPad (2010), impulsada por Internet de alta velocidad (que llegó a la mitad de los hogares estadounidenses para 2007), hizo posible que los adolescentes pasaran casi todos los momentos de vigilia en línea. Básicamente, también cambió la infancia a una forma más sedentaria, solitaria, virtual e incompatible con el desarrollo humano saludable.
 
  • Si bien algunos padres tenían inquietudes sobre lo que sus niños hacían en línea, especialmente con respecto al riesgo de que interactuaran con extraños, también había entusiasmo por el potencial de nuestro nuevo mundo digital. Muchos razonaban que, si los jóvenes iban a crecer con estas tecnologías, ¿por qué no permitirles usarlas antes de tiempo, especialmente cuando tantos otros padres lo estaban haciendo? Seguramente no habría ningún problema. A los padres también les parecía atractivo poder disfrutar en un restaurante, hacer un viaje largo en automóvil o hacer cosas en casa si simplemente les entregaban a sus niños una pantalla para jugar o mirar.
 
  • Si bien se estableció por ley que la edad mínima para abrir una cuenta de redes sociales es a los 13 años, las plataformas de redes sociales no hacían nada para verificar la edad de ningún usuario nuevo (y siguen sin hacerlo). Como resultado, los niños más pequeños podían abrir (y abrían) varias cuentas sin el conocimiento o permiso de sus padres. Si los padres se enteraban de estas cuentas, era demasiado tarde. Pero como los padres tampoco querían que sus niños estuvieran aislados y solos, rara vez los obligaban a cerrar sus cuentas. “No teníamos idea de lo que estábamos haciendo”, sentencia Haidt.
 
En definitiva, los factores anteriores dificultaron la atención y el aprendizaje de los jóvenes, alimentaron su adicción conductual a los dispositivos digitales y contribuyeron a su aislamiento social. Haidt comenta que, para el momento en que la generación Z ingresó a la universidad, había sido “radicalmente alterada” por la tecnología.
 
“Una manera simple de comprender las diferencias entre la generación Z y las generaciones anteriores es que las personas nacidas a partir de 1996 en adelante tienen termostatos internos que se cambiaron hacia el modo de defensa. Es por eso que la vida en los campus universitarios cambió tan repentinamente cuando llegó la generación Z, a partir de aproximadamente 2014. Los estudiantes comenzaron a solicitar ‘espacios seguros’ y advertencias de contenido. Eran muy sensibles a las ‘microagresiones’ y a veces afirmaban que las palabras eran ‘violencia’”, dice. “Estas tendencias desconcertaron a las generaciones mayores en ese momento, pero en retrospectiva, todo tiene sentido. A los estudiantes de la generación Z les parecía que las palabras, las ideas y los encuentros sociales ambiguos eran más amenazantes que a las generaciones anteriores de estudiantes porque habíamos alterado radicalmente su desarrollo psicológico”.
 
Cómo romper el ciclo

La adicción al uso de teléfonos inteligentes y su impacto negativo son aún más frustrantes cuando, como observa Haidt, pocos elogian y muchos se arrepienten de usarlos. Dice que si las familias, las escuelas y las comunidades trabajan juntas para deshacer lo que llama “trampas de acción colectiva”, las comunidades verán grandes mejoras en la salud mental de los jóvenes en un plazo de dos años.
 
Sugiere las siguientes soluciones:
 
  1. No usar teléfonos inteligentes antes de la escuela secundaria: si bien cada niño/a podría pensar que necesita un teléfono inteligente porque “todos los demás” tienen uno, Haidt dice que retrasar el acceso a Internet las 24 horas hasta el noveno grado (alrededor de los 14 años) ayudaría a proteger a los adolescentes durante los primeros años vulnerables de la pubertad, los años en los que el uso de las redes sociales está más correlacionado con problemas de salud mental. “Las políticas familiares sobre tabletas, computadoras portátiles y consolas de videojuegos deben estar en línea con las restricciones de los teléfonos inteligentes para evitar el uso excesivo de otras actividades en la pantalla”, agrega.
 
  1. No usar redes sociales antes de los 16 años: al igual que con el hecho de tener teléfonos inteligentes, los adolescentes sienten una fuerte necesidad de abrir cuentas en redes sociales porque allí es donde la mayoría de sus compañeros publican y comentan. “Pero si la mayoría de los adolescentes no tuvieran estas cuentas hasta los 16 años, las familias y los adolescentes podrían resistir más fácilmente la presión de abrir una cuenta”, explica Haidt. Señala que esto no significaría que los niños menores de 16 años nunca podrían ver videos en TikTok o YouTube, solo que “no podrían abrir cuentas, entregar sus datos, publicar su propio contenido y permitir que los algoritmos los conozcan y conozcan sus preferencias”.
 
  1. Escuelas sin teléfono: si bien la mayoría de las escuelas afirman prohibir los teléfonos, esta prohibición generalmente solo significa no sacar el teléfono del bolsillo durante la clase. Las investigaciones muestran que la mayoría de los estudiantes no solo usan sus teléfonos durante la hora de clase, sino también durante el almuerzo, los períodos libres y los descansos entre clases, señala Haidt, momentos en los que los niños podrían y deberían interactuar con sus compañeros cara a cara. Dice que las escuelas que requieren que los estudiantes coloquen sus dispositivos en casilleros para teléfonos o bolsas cerradas al comienzo del día generalmente informan que la política ha mejorado la cultura, haciendo que los estudiantes estén más atentos en clase e interactúen más entre sí. Y los estudios publicados respaldan esto.
 
  1. Más independencia, juego libre y responsabilidad en el mundo real: Haidt señala que muchos padres tienen miedo de darles a sus hijos el nivel de independencia y responsabilidad de los que ellos mismos disfrutaban cuando eran pequeños, a pesar del hecho de que las tasas de homicidio, conducción en estado de ebriedad y otras amenazas físicas para los niños disminuyeron en las últimas décadas. Dice que parte del temor proviene del hecho de que los padres se miran entre sí para determinar qué es normal y, por lo tanto, seguro, y ven pocos ejemplos de familias que envían a sus niños a jugar o hacer mandados. Sin embargo, si más familias lo hicieran, las normas de lo que es seguro y aceptado, así como las ideas sobre lo que constituye una “buena crianza”, cambiarían rápidamente. Haidt agrega que, si más padres les dieran más responsabilidades a sus niños, la sensación generalizada de inoperancia detectada en las encuestas de estudiantes de nivel secundario también podría comenzar a reducirse. “Si los padres no reemplazan el tiempo frente a la pantalla con experiencias del mundo real que involucren a amigos y actividades independientes, entonces prohibir los dispositivos se sentirá como una privación, no la puerta a un mundo de oportunidades”, dice.

Haidt explica que las soluciones anteriores no costarían casi nada, no causarían un daño claro a nadie y, si bien podrían estar respaldadas por una nueva legislación, pueden implementarse incluso sin ella.
 
Dice que podemos comenzar a implementarlas todos de inmediato, especialmente en comunidades con buena cooperación entre escuelas y padres. Una simple notificación del director en la que les pida a los padres que esperen para darles a sus niños teléfonos inteligentes y acceso a las redes sociales, y el apoyo al esfuerzo de la escuela por mejorar la salud mental al crear un entorno sin teléfonos, podría impulsar la acción colectiva y restablecer las normas de la comunidad.
 
“No sabíamos lo que estábamos haciendo a principios de la década de 2010. Ahora lo sabemos. Es hora de terminar con la infancia enfocada en el teléfono”, cierra.